Tucumán tiene varios cementerios de alto valor patrimonial, pero el que se lleva el primer puesto, es el Cementerio del Oeste. Constituye la reserva más importante de arte funerario de la provincia, y aunque se habilitó cuando terminaba 1850, fueron los monumentos de finales de ese siglo los que hicieron de él una pequeña joya del arte de la pérdida. 

Caminando sus callecitas puede verse que a partir de 1880, la clase dirigente le dio gran importancia a los sepulcros familiares. Esto dio lugar a una representación sumamente efectiva de la relevancia social y los vínculos que ligaban a esa elite. Parecido caso al que aspiró la clase alta porteña con el Cementerio de La Recoleta. 

Gobernadores, políticos, industriales, protagonistas de la Independencia, comerciantes, artistas de renombre, profesionales destacados, pioneros del aire, todos competían en las callecitas del Oeste por sacarle brillo al apellido. Para lograrlo se contrataba a las mejores casas de Tucumán, Rosario y Buenos Aires. Hay esculturas, relieves, vitrales, placas. 

Como si fuese un catálogo a tamaño natural, la mayoría de los movimientos decorativos, hasta mediados de siglo XX, aparecen en sus versiones postmortem. Gloria Zjawín dedicó varios estudios a esta necrópolis. Apuntaba la autora, en una entrevista (LA GACETA, 30/11/08), el “eclecticismo” del gusto que mezclaba estilos “clásicos, neoclásicos, art nouveau, art decó, moderno y neogótico”. Un parque temático de la espiritualidad y la opulencia de una época.

Monumento a Lucas Córdoba

En fuertes contrastes de piedras negras y blancas, el monumento honra las políticas modernizadoras de Córdoba con dos bajorrelieves. Uno del dique de La Aguadita y el otro, un medallón, es un retrato del gobernador. Lo mejor son las dos figuras que flanquean los relieves. Desde abajo parecen colosos modernos, rudos e inexpresivos, representan la agricultura y la industria.

Lápidas antiguas

Los monumentos más antiguos del cementerio son lápidas. En todos los casos son piedras epigráficas incorporadas al muro de un mausoleo. En la entrada de la necrópolis, a la izquierda, Miguel Padilla tiene una de 1882, a la derecha, las de Manuel Paz y su esposa, de 1860 y 1884 respectivamente, forman casi una sola figura. Dentro del recinto de Muñoz y Salvigni hay dos más, una de 1860 y otra de 1866.

El jardín del ángel

Ninguna inscripción nos hace saber de quién es esta tumba. No se especifica siquiera si es una tumba. Unos metros antes del monumento a Lucas Córdoba, hay un pequeño jardín, un lote chico, siempre bien regado y con plantas bien cuidadas. En el medio un ángel blanco, sin alas, las va sembrando.

Retratos en piedra y en metal

Entre el silencio blanco y los gatos enigmáticos, hay ojos que miran. No son ojos de visitantes sino de fallecidos. Son retratos que los recuerdan y conservan sus facciones. Pueden ser bustos, relieves y medallones. Estos retratos son muy valiosos pues, en muchos casos, son la única representación que queda de las personas. Entrado el siglo XX aparecieron fotos impresas en óvalos de hierro esmaltado. Tuvieron enorme difusión.

Máscara de escultor

En un modesto y moderno mausoleo, abriéndose al costado de la calle central, nos topamos con la placa de bronce del artista Enrique Prat Gay, el que hizo el Indio de la subida a Tafí del Valle. Tiene su mascarilla (o sea, está su cara copiada) con ojos cerrados. No parece estar tomada después de muerto porque sus rasgos son vívidos, rellenos. Aunque siempre es impresionante ver un calco. Una fotografía en tres dimensiones.

Ángel del Mausoleo

Salvigni-Muñoz

En la calle central, a medio camino entre la entrada y el monumento a Lucas Córdoba, se puede ver un ángel de hierro. El tamaño y vitalidad de la figura contrasta con el tono lúgubre del resto del cementerio. Domina el cielo con gracia barroca y sonrisa italiana, como su habitante más célebre, el coronel Emidio Salvigni, combatiente de las guerras napoleónicas y oficial del Ejército del Norte.

Tumba de Raúl Colombres

El nombre de la escultura es “Ariel caído y la tierra que lo recibe en sus brazos”. Está firmada en 1922 pero se la inauguró en 1925. El monumento al joven Raúl Colombres lo hizo el escultor José Fioravanti, quien después sería uno de los autores de las esculturas del Monumento a la Bandera de Rosario. La tierra lleva trenzas y perfil calchaquí. Ariel yace en sus brazos, laxo. El contacto de los labios de ella con la mejilla del ángel concentra la única tensión de la imagen.

Tumba de Ignacio Colombres

En plena juventud y pocos meses después de una ejemplar labor en la epidemia de cólera de 1887, muere Ignacio Colombres. La pérdida conmocionó a la sociedad tucumana, que encargó en Buenos Aires una impresionante imagen. Para mayor patetismo el autor la tituló “Dolor”. Su autor, el joven Francisco Caferatta, hijo porteño de inmigrantes italianos. la entregó poco antes de suicidarse. Se inauguró en 1890.